3.- El Oasis

Su nariz le engañó, queriendo hacerle creer que en el ahora abandonado Café Las Lanzas se preparaba un sabroso pulpo a la gallega, pues con suerte recordaba el sabor del pulpo y sabía que lo único posible de preparar en las condiciones presentes, sería rata a la ñuñoína.

Las figuras parecían espectros, moviendose lentamente por las veredas de la otrora bullante plaza. Al parecer, la moda de sobrevivencia estaba matando: ponchos hechos de frazadas, trapos - bufanda y varios pares de calcetines por persona hacían que la gente se moviera lentamente y con vaivenes vacilantes en medio de la abrigada incomodidad.

Se abrochó el abrigo, pues el frío calaba los huesos. Al norte de la plaza, el imponente cerro de escombros que había sido la municipalidad recordaba a los pocos presentes lo efímero de las instituciones. Curiosamente, fue la glorieta de la plaza lo único que resistió al embate de ese día, dando la impresión de ser el único lugar seguro en toda la comuna. Allí se dirigió.

Con pasos seguros, cruzó la plaza a grandes zancadas. El rítmico balanceo del rifle le daba un impulso de inercia para el siguiente paso. Al entrar en la glorieta vio al menos a ocho bultos o personas aún durmiendo en el frío suelo. Amontonados para darse calor, parecían una grotesca camada de cachorros gigantes.

Unas grandes manchas rojizas le llamaron la atención junto a los escalones. Se acercó a una y la tocó. La olió. Lo suficiente.

Sangre.

Algo raro pasaba. No estaban los comerciantes en la glorieta como todos los días. Ya eran las 10:15 y el minimercado debía estar lleno de muchachos entrando y saliendo para conseguir lo necesario en las ruinas cercanas y otras no tanto. También debía de haber algún muchacho idealista llamando al orden para una "Nueva Ñuñoa". Y con él, gente ignorándolo o abucheándolo. Era lo mismo desde hace casi siete meses. Pero ahora no había nadie.

En ese momento, uno de los bultos se movió. Instintivamente manoteó el rifle, activó el pasador y dejó la bala lista. Un transeúnte de la plaza lo vio y se detuvo. Retrocedió lentamente y luego corrió en silencio. El bulto se seguía moviendo. Ahora surgió una mano blanquísima empuñada, muy apretada y pequeña.

"El bulto se estira. - pensó para sí - Luego hará pipí y querrá su desayuno, que espero no sea yo". Siempre se decía idioteces así para espantar el nerviosismo.

La mano se abrió y luego se devolvió al centro del bulto buscando el final de la frazada. Lo encontró y la retiró de golpe, dejando ver a una muchacha de cara redonda y tez clara, cabellos castaños, un poco sucios, y unos ojos profundos, de un color mezcla de azul y verde. Su mejilla izquierda ostentaba un hematoma violáceo. Vestía con ropa que prácticamente eran harapos. Y en la mano dentro del improvisado saco de dormir, había un cuchillo carnicero de tamaño bastante intimidante, con sangre seca.

Entonces se vieron a los ojos...

"¿Tú?"

(Canción Sugerida: Southbound Pachyderm de Primus, del disco Tales from the Punchbowl)

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