9.- Donde murió la música...


Tras caminar un largo trecho por Irarrázabal, los tres continuaron hacia el norte por calle Holanda. Las calles eran un laberinto de escombros. Con suavidad, una lluvia comenzó a dejarse caer sobre la destruída ciudad.

Tras avanzar por varias calles y pasar cerca de la casa de Mauricio, los tres llegaron a la antigua intersección de calle Coventry con Emilia Téllez. Y en verdad era así, pues ya no era una intersección: Un enorme edificio de esos construídos a la rápida y sin mucha fiscalización había caído, transformando a Coventry en una calle sin salida. Un poco antes de llegar a los restos del edificio, Mauricio se detuvo junto al portón de madera de una casa a medio desmoronar.

"Esperen un momento..."

Era una de esas viejas casas ñuñoínas de los años 40, sólidas y de muros gruesos. Sin embargo, casi todas tenían el mismo defecto: malos techos. Prácticamente la totalidad de los techos de las casas de la zona estaban derrumbados hacia el interior de las casas. Mauricio tiró un piedrazo hacia donde antes había una ventana. Un sonido de latas o algo parecido se escuchó fuerte y claro.

Al cabo de unos cinco minutos, se escucharon algunos pasos rápidos.

"¿Mauro?"

"Si soy yo, abre porfa"

La puerta se abrió y ante ellos estaba un joven. Quizás de unos veintitantos aún, si no fuera por la cicatriz en el mentón y la ausencia total de barba, cualquiera diría que era Mauricio con varios años menos.

"El es Alonso, mi hermano"

Alonso sólo hizo un gesto con la cabeza, un poco tieso. En sus manos tenía un rifle HK G3, de los que se usaban en el ejército. Además parecía un poco molesto.

Luego de las presentaciones de rigor, Alonso les indicó que lo siguieran. Caminaron entonces por lo que fue el estacionamiento para entrar a la casa por atrás. El primer piso aún estaba habitable y era ahí donde aparentemente transcurría la vida de Alonso, en una soledad muy similar a la de su hermano.

Tras ofrecer una silla para Daniela, un cajón de frutas para Raimundo y un gesto de fastidio a su hermano, que se quedó de pie, Alonso encendió un cigarrillo y los quedó mirando en el espacio que antes fuera el comedor de la casa.

"Ustedes dirán..."

Había tensión en el ambiente. Daniela y Raimundo habían notado hace rato que entre los dos hermanos no había una buena relación y que a duras penas se toleraban.

"Alonso, necesitamos ubicar a Germán, tu amigo..."

"¿Y qué te hace pensar que yo sé si está vivo?"

"Por lo menos ayúdanos a encontrarlo. Siempre tuvo manías con esto de la supervivencia y el holocausto zombie, así que asumo que esto lo pilló medianamente preparado..."

La mirada de Alonso se clavó en su hermano mayor. Definitivamente no estaba contento, pero algo lo hizo deliberar.

"¿Y para qué?"

"Queremos saber que cresta pasó en el mundo que está así. Y el puede comunicarse con el exterior. Además, si la cosa está peligrosa como parece, necesitamos un buen tirador..."

Alonso aspiró una larga bocanada y le lanzó el humo a su hermano en la cara. Este no movió un músculo. Tras unos minutos, Alonso se puso de pie y se quedó mirando hacia el exterior, donde la lluvia caía de manera tupida pero suave.

"Se me rompió la guitarra hace tres días..."

Los tres miraron a Alonso. Sus manos estaban bien cuidadas y tenía dedos largos y delgados.

"Hace tres días que mi vida transcurre en silencio, y es casi como estar muerto. No lo había pensado, pero Germán podría arreglar mi guitarra; siempre fue bueno con las manos..."

Hizo una pausa y luego se volvió hacia los tres.

"Los voy a acompañar, pero tengo una condición..."

Se quedó mirando a Mauricio con una expresión un poco maligna. Éste hizo un gesto cansino y dijo con una voz que parecía desinflada

"¿Todavía no puedes superarlo?"

"Es eso o nada"

Mauricio observó a Raimundo y Daniela. Estos le devolvieron la perplejidad hecha mirada.

"Sea. Hazlo de una puta vez..."

Alonso fue hacia una habitación junto al baño. Al rato volvió con una mochila de excursión, que llenó con latas de comida, una botella de agua y algo de ropa. Enrolló un chal de lana y se colocó un cinturón con cartucheras. Completó la indumentaria con una chaqueta de cuero corta y un pasamontañas de lana de color azul marino.

"Listo. Afuera te doy..."

Mauricio hizo un gesto de resignación y salieron al patio. Ahí ambos hermanos se quedaron mirando uno al otro con gesto desafiante.

"Hazlo, veamos si tienes las pelotas bien puest-"

El culatazo golpeó fuerte la mejilla izquierda de Mauricio con tal violencia que le hizo caer al suelo de manera más bien indigna. Daniela corrió a ayudarlo. Un hilo de sangre corría desde su nariz y el labio, que comenzó a hincharse inmediatamente junto a un moretón violáceo que iba desde el mentón a la oreja.

"Listo, condición cumplida. Vamos a La Reina ahora..."

Mauricio escupió al suelo mientras Daniela lo ayudaba a levantarse. Raimundo se acercó y le alargó un pañuelo al tiempo que le preguntaba...

"¿Qué le hiciste a tu hermano para que te guarde tanto rencor?"

Daniela añadió una mirada inquisitiva a la pregunta.

"Me metí con su mina y me la llevé a vivir conmigo. Después ella me dejó a mí también. Filo, es todo, nada del otro mundo... estuvo feo, cierto, pero son huevás que ya pasaron..."

Raimundo le dirigió una mirada de reprobación a Mauricio. Daniela sólo dijo una palabra que resumió todo.

"Merecido"

Salieron entonces a la calle. La lluvia lentamente lavó el orgullo de Mauricio, al tiempo que pensaba

"Si, merecido..."

Y caminaron los cuatro por Coventry en dirección al sur en un día sin sol...

(Canción sugerida: Ashes to Ashes, de Faith No More, del disco Album of the Year)


8.- El comienzo del viaje...

Los disparos seguían sonando. Rápidamente, Mauricio tomó el rifle inglés y se preparó para subir. Raimundo se dirigió a un closet de aluminio. De ahí sacó una parka negra y un enorme revolver Colt Phyton. Avanzaron por la escalera, ellos primero, detrás Daniela, sujetándose los jeans.

Al llegar al patio de mantenimiento, Raimundo tomó una escalera de metal que estaba escondida tras un cerro de porquerías. La colocó para poder acceder a una cornisa que corría a la mitad de la muralla, de unos tres metros de altura. Subieron uno a uno y se instalaron a observar.

Desde este oteadero podía verse con claridad la Avenida Vicuña Mackenna, casi al llegar a Avenida Matta. Una bomba de bencina destruída en la esquina y varios automóviles ennegrecidos y volcados completaban el espectácula de destrucción habitual. Lo que llamaba la atención era el grupo de siete individuos que corrían por la avenida a toda velocidad en dirección a la Alameda, dando tiros hacia el sur casi sin mirar.

"Qué extraño... ¿a qué le disparan?" dijo Raimundo con su habitual parsimonia.

"Seguro que se están agarrando entre flaites. Supe que en algunas zonas de Santiago quedó la cagá entre bandas rivales que se peleaban a tunazo limpio para pod-". El discurso clasista de Mauricio fue interrumpido inmediatamente por la voz de Daniela.

"¡¡Miren!!" dijo mientras indicaba con el índice de manera vacilante.

Desde el sur, avanzando rápidamente, tres nubarrones blancos se movían a ras del suelo. Como enormes explosiones de talco, o extintores reventados, se movían como si algo mantuviera todas las partículas de polvo juntas, en una armonía difícil de describir.

Uno de los hombres que corría alcanzó a dar tres tiros a una de las nubes antes de ser envuelto por ella. En cosa de apenas unos segundos y un par de aterradores gritos, la nube siguió su camino, y el cuerpo del hombre quedó tirado en el pavimento, inmóvil. Los otros seis siguieron corriendo, pero ahora el terror los movía a una velocidad impresionante. Ya no daban tiros.

Y las nubes no los persiguieron. Lentamente, comenzaron a volverse más compactas, más sólidas, hasta que finalmente, se transformaron en seres, parecidos a estatuas.

Estuvieron inmóviles por cerca de un minuto, tras lo cual, pareciera que el viento los deshizo, y desaparecieron.

"Estoy... anodadado..."

"¡Puta Raimundo! ¿No eres capaz de decir algo menos culto?"

"Eh... ¿pa' entro?"

"Es un comienzo... No se tú, pero yo me voy de aquí. Esas cosas son peligrosas y no quiero que me pillen mal parado como a esos pobres giles que ya deben estar en Arica de tanto miedo..."

"¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Irte a seguir viviendo como un ermitaño hasta morirte sólo y sin respuestas?"

La voz de Daniela lo puso de nuevo en tierra.

"Puta no sé. En realidad no sé nada de nada, de ni una huevá"

"Tranquilo amigo, creo que lo primero que podríamos investigar es, qué diablos pasó aquí en el mundo, hace tanto tiempo ya. El sol ya no sale, creo que buscar respuesta a eso sería interesante, y al menos nos tendrá ocupados..."

"¿Y donde piensas obtener respuestas a eso?"

"Sería interesante saber qué pasó en el mundo completo, qué está pasando en el resto del mundo..."

"Cierto... ¿tienes radio Raimundo?"

"Si funcionara, creeme que no propondría esto..."

Se quedaron pensando los tres. Tras divagar unos minutos, Mauricio dijo sécamente...

"Tengo una idea"

Una hora y media después, tras encontrar un cinturón y una escopeta de caza para Daniela, llenar tres mochilas con alimentos, una frazada de polar para cada uno, balas y otras cosas, los tres salieron de los talleres del metro.

Tres figuras oscuras recorriendo Irarrázabal, esta vez en dirección a la cordillera, donde el sol dejaba ver su pálida luz, sin mostrar la cara...

(Canción Sugerida: Pathfinder de The Gathering, del disco if_then_else)

7.- El discreto encanto de la Supervivencia


La Victrola terminó su reproducción de Madame Butterfly, de Puccini.

- No te esperaba tan temprano, Mauricio...
- No me gusta llegar tarde
- ¿Y ella quién es?
- Es Daniela Blanchard, ¿te acuerdas de ella? en la universidad...
- ¿Blanchard? Mmm, muy francés... si, creo que la recuerdo... pero está sucia!
- No digas eso, se va a ofender... es cierto que está sucia, pero es como mucho ¿no?
- Oigan, estoy presente
- Pero a la vez, impresentable... Dime cariño, ¿hace cuánto que no disfrutas de las maravillas del jabón y el agua caliente?
- ¡Raimundo!
- Bien, bien... parece que hace mucho. Toma esta toalla; y en esas cajas de allá hay ropa, no se si algo te quede, pero inténtalo. Tras esa puerta de ahí hay una ducha con agua caliente y jabón en abundancia... ve, ve...

La cara de Daniela era la perfecta mezcla de enojo y agradecimiento. Tomó la toalla, sacó algo de ropa, y se encerró en el baño. Raimundo cambió el disco. Sonaron entonces los primeros acordes de Un ballo in maschera, de Verdi, con la inconfundible voz de María Callas.

- ¿Cognac?
- Gracias, me vendría de perillas

Se sentaron en los mullidos sillones.

- No entiendo, ¿de donde sacaste todo esto?
- Buscando, aquí y allá. ¡Esta nueva ciudad me encanta!
- ¿Te encanta? Me cuesta entenderte...
- ¿No te das cuenta? No pagamos impuestos, no hay teleseries, atochamientos, trámites ni nada parecido. Puedes tomar lo que necesites y listo. Encuentras un buen agujero y lo acondiciones. ¡eso es todo!
- Pero están los muertos...
- Si, es cierto. Pero por algo nosotros quedamos vivos, ¿sabes?
- Eso es oportunismo puro, huevón...
- Cuidado con esas palabras, Mauricio. No me gusta oírlas, y menos en mi casa.
- ¿Y de cuándo que eres tan refinado?
- Desde que puedo hacerlo. Un encargado de limpieza del metro no tiene tantas libertades. ¿Jamón?
- Y un junior tampoco. Gracias. ¿Cómo sobreviviste?
- Aquí mismo. Quedé pegado al techo junto a miles de porquerías. Esta era la bodega de utensilios. Me demoré como una semana en despejarla.
- Me imagino. Pero tienes cosas que pensaba ya no existían.
- El jamón serrano dura mucho. Y hay un palto en el otro patio de mantenimiento. Saqué las paltas verdes y las tengo en un lugar fresco y seco.
- ¿Qué más tienes?
- Bueno, por comida no me quedo. Tengo también remedios, libros, música, un par de armas, ropa y, como ves, agua caliente y luz eléctrica.
- ¿Tienes generador?
- Más o menos; es una bicicleta adaptada a un dínamo que da a cuatro baterías de un vagón de metro. Son monstruosas y duran mucho. El calefont también es eléctrico. Y la cocina y todo. El agua no se ha cortado aún; quién sabe cuanto me dure. Pero tengo mucha agua envasada, así que no creo que esté en problemas por un largo tiempo. Además, no es mi único refugio.
- ¿Tienes más como estos?
- No, este es el mejor equipado. Los otros son pequeños, acondicionados con lo mínimo. Hasta el momento tengo nueve, repartidos por varias comunas. Me sirven cuando voy a recorrer. De hecho, te vi el otro día cuando acondicionaba uno cerca de Irarrázabal y te seguí; así supe donde estabas.
- Notable ¿Buscas a alguien al recorrer la ciudad?
- No en realidad, sólo quiero ver como ha cambiado todo. Aunque me he encontrado con muchos viejos conocidos.
- ¿Alguno que yo conozca?
- Si, uno, también de la universidad. Gonzo, ¿lo recuerdas?
- Gonzo... Gonzo... ¿el tano?
- Si, el mismo. Lo vi hace casi un mes o más. Se iba rumbo a Valparaíso.
- Verdad que era de allá. ¿Y has recibido alguna noticia de él?
- No, nada. Quién sabe que pasa allá. ¿Palta?
- Si, gracias. Oye, ¿y has visto los fantasmas?
- No se a que te refieres. Aquí no me penan.
- Nah, olvídalo.

En ese momento, Daniela salió del baño. Llevaba puesto un chaleco de hombre de color gris, grande como un poncho y jeans que se abultaban sobre unos bototos. El pelo caía mojado por los costados de la cara sonrosada.

- ¡Yo sabía que bajo todo ese piñén había una niña muy bonita!
- ¡Raimundo!
- ¿Qué?

En ese momento, se escuchó un disparo afuera...

(Canción Sugerida: Days of the Week de Stone Temple Pilots, del disco Shangri-La Dee Da)

6.- Los gritos del subterráneo...

Esperaron un par de minutos. Sólo el sonido del viento les devolvió el aliento perdido.

¿Qué era lo que habían visto? Cada uno formuló su propia teoría. Daniela pensó que era una especie de eco de otras eras, venido desde las profundidades del tiempo y que se desvaneció frente a ellos para mostrarles lo frágil de la vida en las circunstancias imperantes.

Mauricio pensó que era un fantasma.

Reanudaron el paso. Tras avanzar un tramo más bien largo, llegaron a la intersección de Irarrázabal con Seminario. Ahí, atravezaron Avenida Grecia, tomaron una calle pequeña llamada Santa Emma y ante ellos se abrió la calle San Eugenio y una enorme construcción que corría a lo largo de la misma: Los talleres del Metro.

"¿Qué hacemos aquí?"

Daniela estaba un poco desconcertada. Hacía rato que caminaba llevada por la inercia y no había hablado nada. De hecho, su voz le pareció sonar horrible, como un graznido. Mauricio también se sorprendió un poco; seguía acostumbrado al silencio de los últimos siete meses.

"Vamos a visitar a un amigo..."

La pandereta era muy alta para escalarla. Caminando por el costado de ella, siempre hacia el sur,  llegaron hasta un agujero de tal vez un metro de diámetro, cubierto con un cholguán. Tras cruzarlo y volver a poner el trozo de madera, se hallaron en un patio cuadrado, cubierto de maleza, de unos cuatro por cuatro metros, en el que al fondo había una puerta de metal entreabierta. Podía vislumbrarse una escalera hacia una especie de subterráneo.

Ambos se acercaron con sigilo y se sobresaltaron al escuchar un débil grito femenino desde abajo. No pensaron demasiado: Mauricio descolgó el rifle y Daniela sacó el cuchillo faenador de perros y bajaron a toda velocidad por la angosta y débilmente iluminada escalera.

Llegaron de golpe a una pieza amplia y la luz golpeó sus ojos. También el olor a tabaco, a jamón ahumado y palta. Y finalmente escucharon los gritos que venían de una victrola:

"O a me, sceso dal trono
dell'alto Paradiso,
guarda ben fiso, fiso
di tua madre la faccia!...
che te'n resti una traccia,
guarda ben di tua madre la faccia!
sia pur pallida e poca.
Che non tutto consunto
vada di mia beltà l'ultimo fior.
Addio! addio! piccolo amor!
Va. Gioca, gioca..."

Y sentado en un sillón con una copa de vino y un puro, absolutamente perplejo, estaba Raimundo.

(Canción Sugerida: South American Ghost Ride de The Gathering, del disco How to Measure a Planet?)

5.- El Desvanecimiento

No se dio cuenta cuanto tiempo caminó por la antigua avenida Irarrázabal. Simplemente su vista estaba fija en el horizonte, en la línea derruída de edificios que se alzaba donde quiera que dirigiera la mirada.

Se detuvo junto a lo que en su momento fue una concesionaria de automóviles chinos de nombre inpronunciable. Había sentido un ruido tras sus pasos, hacía bastante rato y de manera más o menos regular.

No era primera vez que intentaban robarle. El abrigo de lana era algo por lo que muchos matarían. Pero esta vez tenía frío.

Se dio vuelta de súbito. Rápidamente apuntó con el rifle y apretó el gatillo, apuntando al segundo piso del edificio semiderruído tras él. El rebote de la bala sonó como el de las películas. Una figura se echó al piso de inmediato.

Mauricio se acercó lentamente, sólo para descubrir a Daniela acurrucada en el piso. Ella lo miró con los ojos aún enrojecidos, pero él no parecía entender.

"¿Por qué me sigues? Casi te di un balazo allá en la plaza..."

"Y casi me diste un balazo acá también. Pero eres la primera persona conocida que encuentro desde que pasó todo y no se... no estaba bien con los otros... ¿puedo acompañarte?"

Una mueca de resignación se dibujó en Mauricio. Gruñó e hizo un gesto para que comenzara a caminar.

Mientras caminaban por Irarrázabal, intercambiaron sus historias recientes.

Ella se encontraba en su casa. Tenía el día libre por lo que quiso quedarse un rato más en la cama. Luego se vio aplastada entre su cama y el techo, durante un largo minuto y medio. Vio a su gato agitarse como si se estuviera electrocutando y salir disparado por la ventana. Vio cosas perdidas alzarse tras los muebles. Al terminar todo, salió al patio y vio caer todo... y a todos.

Él iba saliendo de su departamento. Se había quedado dormido para ir a la oficina en ese trabajo mal pagado que tenía. Estaba en el estacionamiento subterráneo para coger su moto cuando se dio cuenta que había dejado la carpeta con los informes sobre la mesa. Entonces se devolvió, y estaba por subir al ascensor cuando éste simplemente desapareció hacia arriba. Estuvo pegado al techo del vestíbulo durante el mismo minuto y medio, y el pedestal - cenicero de metal junto a los ascensores le rompió una ceja con violencia. Cuando todo terminó, fue a la calle y lo primero que tuvo que hacer fue esquivar un carrito de Nuts 4 Nuts que caía desde el cielo, desde el poniente.

Se quedaron en silencio de golpe. La avenida Antonio Varas se mostraba tan ruinosa como se esperaba. Pero una figura estaba parada en medio de la calle, mirando hacia el norte.

Era una estatua, blanca como la sal. Una mujer vestida con túnicas. Ya de por si era impresionante ver una estatua entre todo el desastre. Lo que los dejó atónitos, fue que volvió la cabeza para mirarlos. Ni Mauricio ni Daniela atinaron a hacer un sonido o un movimiento.

La mujer sonreía levemente. De pronto, cerró sus ojos y comenzó a desvanecerse como si estuviera hecha de talco hasta que no quedó nada. Todo sucedió en apenas unos segundos. Y no había viento...

Tampoco había sol...

(Canción Sugerida: Comfortably Numb de Pink Floyd, del disco The Wall)

4.- La Vergüenza

"¿Tu?"

La voz sonaba destemplada y adolorida, pero con un dejo de extrañeza. Los ojos claros de la muchacha se clavaron entonces en el negro agujero del cañón del rifle.

"¿Por qué me apuntas con eso?"

De él no llegó respuesta alguna. Su mandíbula estaba cerrada y apretada como puerta de banco a las 4 de la tarde. Pero claro, ya no había bancos. La voz quebrada de la muchacha continuó.

"¡Mauricio! ¡Deja de apuntarme! ¿Acaso no me recuerdas?"

La recordaba, cierto. Hacía mucho tiempo, en la universidad. Tenía unos ojos bonitos, andar cadencioso, vestimenta hippienta y se llevaban bastante bien. Pero ya no era lo mismo. Ahora ella tenía un cuchillo. Y los otros individuos que dormían en la glorieta comenzaban a despertar sobresaltados. Todos eran potencialmente peligrosos. Y si, ese era su nombre. Hacía tiempo que no lo oía.

"¿A quién mataste?"

La voz de Mauricio salió seca y chillona, como un graznido.

"¡A nadie! ¡Baja el arma! ¡Deja de apuntarme! ¡Tu no entiendes! ¡No entiendes nada!"

"¡No, no entiendo! ¡Ilústrame luego o te meto una bala en la frente!"

Los tipos de la glorieta ya se mostraban despiertos y decididamente acobardados. Uno de ellos trató de hablar, pero el argumento balístico pareció persuadirlo.

El tintineo del cuchillo cayendo al piso cortó el aire. Y luego los sollozos de Daniela. Llanto y un grito destemplado.

"¡Maté un perro anoche! ¡Maté un perro, lo descueré, lo trocé y lo comimos asado! ¡Y me avergüenzo! ¡Nunca me voy a olvidar de los ojos de ese perro antes que lo matara!"

Mauricio puso el seguro en el rifle. Lentamente dejó de apuntar y se lo volvió a colgar al hombro. Masculló una maldición incomprensible y se alejó a paso vivo por Irarrázabal, hacia el antiguo poniente. Eran ya las 10:38 y aún no había sol.

Ahora él sentía vergüenza...

(Canción Sugerida: Zombie de The Cranberries, del disco No Need to Argue)

3.- El Oasis

Su nariz le engañó, queriendo hacerle creer que en el ahora abandonado Café Las Lanzas se preparaba un sabroso pulpo a la gallega, pues con suerte recordaba el sabor del pulpo y sabía que lo único posible de preparar en las condiciones presentes, sería rata a la ñuñoína.

Las figuras parecían espectros, moviendose lentamente por las veredas de la otrora bullante plaza. Al parecer, la moda de sobrevivencia estaba matando: ponchos hechos de frazadas, trapos - bufanda y varios pares de calcetines por persona hacían que la gente se moviera lentamente y con vaivenes vacilantes en medio de la abrigada incomodidad.

Se abrochó el abrigo, pues el frío calaba los huesos. Al norte de la plaza, el imponente cerro de escombros que había sido la municipalidad recordaba a los pocos presentes lo efímero de las instituciones. Curiosamente, fue la glorieta de la plaza lo único que resistió al embate de ese día, dando la impresión de ser el único lugar seguro en toda la comuna. Allí se dirigió.

Con pasos seguros, cruzó la plaza a grandes zancadas. El rítmico balanceo del rifle le daba un impulso de inercia para el siguiente paso. Al entrar en la glorieta vio al menos a ocho bultos o personas aún durmiendo en el frío suelo. Amontonados para darse calor, parecían una grotesca camada de cachorros gigantes.

Unas grandes manchas rojizas le llamaron la atención junto a los escalones. Se acercó a una y la tocó. La olió. Lo suficiente.

Sangre.

Algo raro pasaba. No estaban los comerciantes en la glorieta como todos los días. Ya eran las 10:15 y el minimercado debía estar lleno de muchachos entrando y saliendo para conseguir lo necesario en las ruinas cercanas y otras no tanto. También debía de haber algún muchacho idealista llamando al orden para una "Nueva Ñuñoa". Y con él, gente ignorándolo o abucheándolo. Era lo mismo desde hace casi siete meses. Pero ahora no había nadie.

En ese momento, uno de los bultos se movió. Instintivamente manoteó el rifle, activó el pasador y dejó la bala lista. Un transeúnte de la plaza lo vio y se detuvo. Retrocedió lentamente y luego corrió en silencio. El bulto se seguía moviendo. Ahora surgió una mano blanquísima empuñada, muy apretada y pequeña.

"El bulto se estira. - pensó para sí - Luego hará pipí y querrá su desayuno, que espero no sea yo". Siempre se decía idioteces así para espantar el nerviosismo.

La mano se abrió y luego se devolvió al centro del bulto buscando el final de la frazada. Lo encontró y la retiró de golpe, dejando ver a una muchacha de cara redonda y tez clara, cabellos castaños, un poco sucios, y unos ojos profundos, de un color mezcla de azul y verde. Su mejilla izquierda ostentaba un hematoma violáceo. Vestía con ropa que prácticamente eran harapos. Y en la mano dentro del improvisado saco de dormir, había un cuchillo carnicero de tamaño bastante intimidante, con sangre seca.

Entonces se vieron a los ojos...

"¿Tú?"

(Canción Sugerida: Southbound Pachyderm de Primus, del disco Tales from the Punchbowl)

2.- La ruta de las hojas...

El frío le golpeó la cara sin afeitar. Bajó las escaleras con calma, sin hacer demasiado ruido. Se acercó a la desvencijada reja y se encaramó en ella. Pisó mal un resto de metal y cayó fuera de lo que antiguamente se alzó como el portal de un condominio. Se produjo un bullicio.

Se odió.

Se levantó con cuidado y limpió el abrigo. Luego, miró su reloj. Faltaba mucho para la hora concertada en el mensaje, por lo que debía ocupar su tiempo en algo mejor que pararse en medio de fierros retorcidos.

Caminó a paso rápido pero cauteloso por la avenida. Los plátanos orientales se mecían mustios sobre la calle, dando la sensación de enormes manos dispuestas a aferrarse a quien pasara. Pero al menos había algo positivo: ya no dejaban caer esa asquerosa pelusa que provocaba alergias cada primavera.

No había nadie circulando. Restos de basura por todas partes, un perro vago durmiendo detrás de unas cajas de cartón, hojas secas o a medio podrir. Los edificios semiderruídos. El aire, sin embargo, se encontraba limpio gracias al inusual viento. Además, las nubes amenazaban una linda lluvia por la tarde. Y el sol seguía tras las montañas, mostrando apenas su brillo en las altas cumbres.

Tras atravezar lo que quedaba de un proyecto de gimnasio, llegó a las solemnes ruinas de un tradicional colegio católico. El día que todo sucedió, las techumbres del colegio volaron por los aires, junto al malogrado personal de aseo, el staff de profesores e inspectores, y uno que otro mateo madrugador.

Tras unas cuatro cuadras más por calle Montenegro, llegó a su destino. Una avenida ancha y muy larga de nombre aristocrático: Irarrázabal. Enfiló entonces hacia el antiguamente llamado poniente por aquella avenida. Por todas partes se veía el mismo espectáculo: basura, algunos perros vagos, edificios que parecen llorar trozos de cemento y vomitar pedazos de balcones. En fin, la grisácea visión general de la ciudad en ruinas.

Llegó a la Plaza cuando el reloj digital en su muñeca izquierda marcaba las 09:52. Ya había algunas personas dando vueltas.

Y el sol seguía sin salir...

(Canción Sugerida: Beauty*2 de Ladytron, del disco Witching Hour)

1.- En movimiento...


El espejo no mentía. Había algo de vejez en la mirada. La piel, ajada y cenicienta, parecía asegurar lo anterior. Canas peregrinas se esparcían en la mata de pelo oscuro y ondulado. Se secó la cara y salió del baño.

Tomó unos jeans gruesos de color gris oscuro y se los puso inmediatamente. El contacto de la tela con la piel fue rápido y placentero. Una camiseta manga larga negra terminó de ocultar la piel blanca como el estómago de un sapo. Se calzó las botas de excursión y se dirigió a la cocina.

Café de grano. El olor lo sedó de inmediato. Era de los pocos que aún tenían agua y electricidad, por lo que el hervidor de agua era un bien bastante apreciado por él. Un pastel envasado y una manzana de piel arrugada completaron el desayuno. Ya era muy difícil encontrar cereal; y leche o yoghurt, prácticamente imposible.

Se sentó lentamente con la bandeja en el desordenado comedor, de espaldas a la puerta. Saboreó el pastel y el café, optando por comer después la manzana pulcramente lavada. Mientras tanto, observó su departamento.

Estaba ubicado en un antiestético edificio ñuñoíno de principios de los 80, sólidamente construido en ladrillo rojo y baldosas blancas. Las dos piezas estaban cuidadosamente ordenadas, no así el living y el comedor, que más bien parecían los restos del paso de un huracán. La razón para mantener semejante diferencia era la de espantar a los indeseables. Cualquier visitante inoportuno se sentiría motivado a investigar en las piezas si se vislumbraba algo de orden a primera vista. Pero la apariencia de abandono entregaba una seguridad adicional a las dos cerraduras en la pesada puerta de madera, rellena artesanalmente con cemento.

Un sonido leve lo sacó de sus pensamientos. Bajo la puerta, habían deslizado un sobre.

Con cuidado lo tomó. Hacía mucho que no veía uno. Era de tamaño oficio, un poco sucio y sin cerrar completamente. La hoja era tamaño carta y tenía una sola frase, escrita en una letra manuscrita apretada y abundante en faltas de ortografía. En la esquina inferior derecha, una mancha verde, posiblemente palta.

"hoydia donde simpre nos encontravamos y a la ora de siempre tanbien. ben solo"

El mensaje lo confundió un poco. Las únicas visitas que solía recibir eran las de su hermano para intercambiar cosas o del vecino del piso de arriba, para compartir cigarrillos, chocolate o balas.

La mancha de palta y los horrores ortográficos se ajustaban sólo a un individuo...

"Raimundo..."

Sonrió. Terminó el pastelito y el café. Se puso la cartuchera con la pistola en la cintura y el sombrero de cuero, de ala ancha. Cigarrillos y un zippo. El largo abrigo negro de lana y el rifle colgando al hombro. Municiones en el bolsillo izquierdo y la arrugada manzana en el derecho. Con lentitud abrió la puerta, salió y cerró las dos chapas.

El sol amenazaba alzarse sobre las montañas. Pero era sólo eso, una amenaza.

(Canción Sugerida: Man on the Moon de REM, del disco Automatic for the People)

0.- La Tormenta

Era extraño, pero significativo. Una fiesta conmemorativa de quien diablos sabe qué. Pero ahí estaba, bien vestido y ante una mesa generosamente provista. Pero lo que buscaba estaba allá en el fondo del salón, en otra mesa junto a una vieja puerta de madera de doble hoja.

Se puso de pie.

Con la vista nublada por el humo y los vapores del alcohol, avanzó a pasos vacilantes entre el gentío. Esquivó bandejas, mozos, borrachos y bailarines. Serpenteó entre los vaivenes del viento y los avatares del paso de las eras. Golpeó puertas de castillos en las nubes, sacudió campanas llamando a la infancia perdida en las montañas sin nieve y azotadas por el viento.

Y ahí los vio.

Estaban sentados, conversando unos con otros, relajados, sin problemas. Y tenían ese brillo en los ojos. Él se quedó parado frente a su mesa, temeroso. Ellos lo miraron. Y sonrieron. Él también tenía el brillo en los ojos, aunque no podía notarlo. Nadie dijo nada. Todo se entendía. Todos lo sabían.

La imagen se descorrió, como cuando se quema el celuloide. Un viento aterrador inundó la existencia. Frío, cortante y poderoso. Envolvió la fiesta y levantó el polvo de los años. La escarcha del tiempo golpeaba su cara con violencia.

Pero nada importaba ya.

Los había visto. Estaban ahí, y ahora estaban con él. Y corrieron. Los siguió por calles grises, llenas de basura, pero todo se iluminaba a su paso. Una euforia los inundaba. Se adelantó y los fotografió, con sus caras llenas de risa y cabellos al viento. Cada momento quedó guardado en lo más profundo de la memoria, reflejada en los ojos grises que seguían fijos en su mente, como marcados a fuego.

Y se comenzó a llenar de agua. Un agua verde y celeste al mismo tiempo. Turbia, pero transparente. Y siguieron corriendo por avenidas atestadas de insensibilidad e inconsciencia.

El tiempo no podía detenerlos. El viento tampoco. El agua, tampoco...

Nada.

Despertó de golpe, con el corazón golpeando su pecho y un feroz nudo en la garganta. Se levantó y fue al balcón. La destruida ciudad le devolvió sus luces pálidas. Encendió un cigarrillo y agradeció entre lágrimas. Agradeció a su propia mente por darle tal respiro. Pero también la maldijo. Ya no dormiría tranquilo... sólo querría volver a estar ahí, corriendo tras ellos, en medio de risas, agua y viento...

(Canción Sugerida: The Mirror Waters de The Gathering, del disco Sleepy Buildings)