6.- Los gritos del subterráneo...

Esperaron un par de minutos. Sólo el sonido del viento les devolvió el aliento perdido.

¿Qué era lo que habían visto? Cada uno formuló su propia teoría. Daniela pensó que era una especie de eco de otras eras, venido desde las profundidades del tiempo y que se desvaneció frente a ellos para mostrarles lo frágil de la vida en las circunstancias imperantes.

Mauricio pensó que era un fantasma.

Reanudaron el paso. Tras avanzar un tramo más bien largo, llegaron a la intersección de Irarrázabal con Seminario. Ahí, atravezaron Avenida Grecia, tomaron una calle pequeña llamada Santa Emma y ante ellos se abrió la calle San Eugenio y una enorme construcción que corría a lo largo de la misma: Los talleres del Metro.

"¿Qué hacemos aquí?"

Daniela estaba un poco desconcertada. Hacía rato que caminaba llevada por la inercia y no había hablado nada. De hecho, su voz le pareció sonar horrible, como un graznido. Mauricio también se sorprendió un poco; seguía acostumbrado al silencio de los últimos siete meses.

"Vamos a visitar a un amigo..."

La pandereta era muy alta para escalarla. Caminando por el costado de ella, siempre hacia el sur,  llegaron hasta un agujero de tal vez un metro de diámetro, cubierto con un cholguán. Tras cruzarlo y volver a poner el trozo de madera, se hallaron en un patio cuadrado, cubierto de maleza, de unos cuatro por cuatro metros, en el que al fondo había una puerta de metal entreabierta. Podía vislumbrarse una escalera hacia una especie de subterráneo.

Ambos se acercaron con sigilo y se sobresaltaron al escuchar un débil grito femenino desde abajo. No pensaron demasiado: Mauricio descolgó el rifle y Daniela sacó el cuchillo faenador de perros y bajaron a toda velocidad por la angosta y débilmente iluminada escalera.

Llegaron de golpe a una pieza amplia y la luz golpeó sus ojos. También el olor a tabaco, a jamón ahumado y palta. Y finalmente escucharon los gritos que venían de una victrola:

"O a me, sceso dal trono
dell'alto Paradiso,
guarda ben fiso, fiso
di tua madre la faccia!...
che te'n resti una traccia,
guarda ben di tua madre la faccia!
sia pur pallida e poca.
Che non tutto consunto
vada di mia beltà l'ultimo fior.
Addio! addio! piccolo amor!
Va. Gioca, gioca..."

Y sentado en un sillón con una copa de vino y un puro, absolutamente perplejo, estaba Raimundo.

(Canción Sugerida: South American Ghost Ride de The Gathering, del disco How to Measure a Planet?)

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