8.- El comienzo del viaje...

Los disparos seguían sonando. Rápidamente, Mauricio tomó el rifle inglés y se preparó para subir. Raimundo se dirigió a un closet de aluminio. De ahí sacó una parka negra y un enorme revolver Colt Phyton. Avanzaron por la escalera, ellos primero, detrás Daniela, sujetándose los jeans.

Al llegar al patio de mantenimiento, Raimundo tomó una escalera de metal que estaba escondida tras un cerro de porquerías. La colocó para poder acceder a una cornisa que corría a la mitad de la muralla, de unos tres metros de altura. Subieron uno a uno y se instalaron a observar.

Desde este oteadero podía verse con claridad la Avenida Vicuña Mackenna, casi al llegar a Avenida Matta. Una bomba de bencina destruída en la esquina y varios automóviles ennegrecidos y volcados completaban el espectácula de destrucción habitual. Lo que llamaba la atención era el grupo de siete individuos que corrían por la avenida a toda velocidad en dirección a la Alameda, dando tiros hacia el sur casi sin mirar.

"Qué extraño... ¿a qué le disparan?" dijo Raimundo con su habitual parsimonia.

"Seguro que se están agarrando entre flaites. Supe que en algunas zonas de Santiago quedó la cagá entre bandas rivales que se peleaban a tunazo limpio para pod-". El discurso clasista de Mauricio fue interrumpido inmediatamente por la voz de Daniela.

"¡¡Miren!!" dijo mientras indicaba con el índice de manera vacilante.

Desde el sur, avanzando rápidamente, tres nubarrones blancos se movían a ras del suelo. Como enormes explosiones de talco, o extintores reventados, se movían como si algo mantuviera todas las partículas de polvo juntas, en una armonía difícil de describir.

Uno de los hombres que corría alcanzó a dar tres tiros a una de las nubes antes de ser envuelto por ella. En cosa de apenas unos segundos y un par de aterradores gritos, la nube siguió su camino, y el cuerpo del hombre quedó tirado en el pavimento, inmóvil. Los otros seis siguieron corriendo, pero ahora el terror los movía a una velocidad impresionante. Ya no daban tiros.

Y las nubes no los persiguieron. Lentamente, comenzaron a volverse más compactas, más sólidas, hasta que finalmente, se transformaron en seres, parecidos a estatuas.

Estuvieron inmóviles por cerca de un minuto, tras lo cual, pareciera que el viento los deshizo, y desaparecieron.

"Estoy... anodadado..."

"¡Puta Raimundo! ¿No eres capaz de decir algo menos culto?"

"Eh... ¿pa' entro?"

"Es un comienzo... No se tú, pero yo me voy de aquí. Esas cosas son peligrosas y no quiero que me pillen mal parado como a esos pobres giles que ya deben estar en Arica de tanto miedo..."

"¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Irte a seguir viviendo como un ermitaño hasta morirte sólo y sin respuestas?"

La voz de Daniela lo puso de nuevo en tierra.

"Puta no sé. En realidad no sé nada de nada, de ni una huevá"

"Tranquilo amigo, creo que lo primero que podríamos investigar es, qué diablos pasó aquí en el mundo, hace tanto tiempo ya. El sol ya no sale, creo que buscar respuesta a eso sería interesante, y al menos nos tendrá ocupados..."

"¿Y donde piensas obtener respuestas a eso?"

"Sería interesante saber qué pasó en el mundo completo, qué está pasando en el resto del mundo..."

"Cierto... ¿tienes radio Raimundo?"

"Si funcionara, creeme que no propondría esto..."

Se quedaron pensando los tres. Tras divagar unos minutos, Mauricio dijo sécamente...

"Tengo una idea"

Una hora y media después, tras encontrar un cinturón y una escopeta de caza para Daniela, llenar tres mochilas con alimentos, una frazada de polar para cada uno, balas y otras cosas, los tres salieron de los talleres del metro.

Tres figuras oscuras recorriendo Irarrázabal, esta vez en dirección a la cordillera, donde el sol dejaba ver su pálida luz, sin mostrar la cara...

(Canción Sugerida: Pathfinder de The Gathering, del disco if_then_else)

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