4.- La Vergüenza

"¿Tu?"

La voz sonaba destemplada y adolorida, pero con un dejo de extrañeza. Los ojos claros de la muchacha se clavaron entonces en el negro agujero del cañón del rifle.

"¿Por qué me apuntas con eso?"

De él no llegó respuesta alguna. Su mandíbula estaba cerrada y apretada como puerta de banco a las 4 de la tarde. Pero claro, ya no había bancos. La voz quebrada de la muchacha continuó.

"¡Mauricio! ¡Deja de apuntarme! ¿Acaso no me recuerdas?"

La recordaba, cierto. Hacía mucho tiempo, en la universidad. Tenía unos ojos bonitos, andar cadencioso, vestimenta hippienta y se llevaban bastante bien. Pero ya no era lo mismo. Ahora ella tenía un cuchillo. Y los otros individuos que dormían en la glorieta comenzaban a despertar sobresaltados. Todos eran potencialmente peligrosos. Y si, ese era su nombre. Hacía tiempo que no lo oía.

"¿A quién mataste?"

La voz de Mauricio salió seca y chillona, como un graznido.

"¡A nadie! ¡Baja el arma! ¡Deja de apuntarme! ¡Tu no entiendes! ¡No entiendes nada!"

"¡No, no entiendo! ¡Ilústrame luego o te meto una bala en la frente!"

Los tipos de la glorieta ya se mostraban despiertos y decididamente acobardados. Uno de ellos trató de hablar, pero el argumento balístico pareció persuadirlo.

El tintineo del cuchillo cayendo al piso cortó el aire. Y luego los sollozos de Daniela. Llanto y un grito destemplado.

"¡Maté un perro anoche! ¡Maté un perro, lo descueré, lo trocé y lo comimos asado! ¡Y me avergüenzo! ¡Nunca me voy a olvidar de los ojos de ese perro antes que lo matara!"

Mauricio puso el seguro en el rifle. Lentamente dejó de apuntar y se lo volvió a colgar al hombro. Masculló una maldición incomprensible y se alejó a paso vivo por Irarrázabal, hacia el antiguo poniente. Eran ya las 10:38 y aún no había sol.

Ahora él sentía vergüenza...

(Canción Sugerida: Zombie de The Cranberries, del disco No Need to Argue)

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